Es curioso comprobar cómo
nuestras definiciones sobre lo andaluz rondan siempre en torno al orgullo de
serlo, como si con esa sola palabra uno ya cumpliera con la obligación de ser o
sentirse Andaluz.
Qué fácil resulta siempre
recurrir a las mismas frases para expresar un sentir que se mueve casi continuamente
más en el tópico que en lo verdaderamente genuino.
No cuesta demasiado valerse
de ello. Es siempre el argumento más empleado o la respuesta más común que
suele leerse en los foros o en las redes sociales.
Sin embargo, no es lo más
importante el hecho de sentirse orgulloso de ser andaluz, sino estar complacido
de serlo. Porque esto último está condicionado al progreso, al bienestar social
e individual, a la educación, a la justicia, a la economía, al conocimiento de
nuestra propia historia, a la conciencia de ser y de pertenencia…, y resulta
complicado, teniendo en cuenta la realidad actual de Andalucía, sentirse
satisfecho y afortunado solo por el simple hecho de ser andaluz bajo una situación
que nos condiciona y atenaza.
Nada es gratuito. Y todo
debe ganarse, hasta la misma acepción de Andaluz, aunque nos venga dada solo
por nuestro lugar de nacimiento. Y que tampoco se consigue con los continuos
golpes de pecho que nos damos a la menor ocasión, o estando alertas para
contestar airados a los desafortunados comentarios de presentadores y políticos
venidos a menos que siempre hacen, de manera peyorativa, sobre nosotros.
Vamos a dejarnos ya de
pregonar tanto “orgullo de ser andaluz” y empecemos a demostrarlo de verdad.
Vamos a empezar a ejercer verdaderamente de andaluces, a que podamos sentirnos
satisfechos de serlo porque, entre todos, hemos conseguido mejorar nuestras
condiciones de vida, nuestra cultura y nuestro progreso.

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