No es difícil oír en el Andalucismo
y sus vertientes la justificación, casi generalizada, de que las ideas
andalucistas no calan entre los andaluces porque no existen los altavoces
adecuados, porque no se dispone de medios de comunicación que sirvan para
informar y formar como ocurre con los partidos centralistas, ni hay detrás
insignes intelectuales que teoricen o justifiquen sus políticas.
Nadie quiere hablar del silencio.
El silencio, por mucho que se le amplifique, no deja de ser silencio. Y el
Andalucismo está plagado de silencios, continuos y eternos silencios que rara
vez se rompen y cuando lo hacen, terminan pensando que no les ha escuchado
nadie. O creyendo, aún en lo cierto, que su discurso y sus valores solo sirven
para ser luego utilizados por los partidos centralistas para sus fines
puramente electorales.
El Andalucismo, en este nuevo
siglo que corre, tendría tanto que decir, tanto que opinar, tanto que estudiar,
tanto que profundizar, que no debería estar ni un solo segundo callado. Pero
falta la unidad de criterios básicos, esclarecer unas señas de identidad que,
la mayoría de las veces, están apropiadas y expropiadas por los poderes
estatales, generalizadas históricamente en lo que se definiría como lo
genuinamente español. Como escribiera Castilla del Pino en 1976, “Andalucía no
existe”. Y así parece ser cuando una buena parte de los intelectuales andaluces
han rechazado siempre la existencia de una específica identidad cultural
andaluza, identidad que las políticas educativas de la Junta de Andalucía nunca
se han preocupado en fomentar o distinguir. Mirad si no deberían existir voces
andalucistas defendiendo y definiendo esa identidad, tan diferente, como diría
Blas Infante, a la que tratan de imponernos.
En Andalucía hace falta grito,
pausado y constante, y eterna lucha ahora que, tras la fragilidad de una
construcción ficticia, al más mínimo revés, hemos vuelto a ser la tierra del
hambre y la emigración. Y ese grito y esa lucha deben orientarse hacia valores nuevos
de identidad, hacia firmezas culturales que provoquen verdaderos y justos
cambios sociales. Cuando se ha gritado y se ha luchado, han llegado solos los
altavoces y los micrófonos, las cámaras y los periódicos. Pero al silencio,
nadie le presta oído.
Isidoro Ropero
Sevilla, otoño 2013

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