Mercaderes de votos, correveidiles, palmeros y manijeros
asalariados de los madriles, vienen a nuestra tierra, algunos hasta con acento
andaluz, para pedir votos o exigirlos como lo hace el partido del régimen a sus
clientes. Vienen a pasearse por nuestras
ciudades y nuestros pueblos con ese señorío superior del que se crece ante un
Pueblo domado por la necesidad y aculturizado a propósito por los padres e
hijos de la casta política de siempre.
Aquí llegan a salvo, seguros, como el que viene a pasar unas
vacaciones, sin pretensiones de quedarse. Para qué. Vienen para corear su
cantinela archisabida de tanto repetirla, de tanto mentirla, de tanto
traicionarla.
Se sienten los administradores de la miseria, los que han de
enseñarnos, a los pobres y torpes colonos de aquí, lo que es pescar, subsistir,
a pronunciar bien para que, cuando hablemos, se nos entienda.
Vienen los salvadores del mundo a hacer sus prácticas de
políticos redentores, a pasearse por los platós con cara ensayada y gestos
estudiados y palabras medidas, a alargar sus mentiras hasta lo increíble. No se
achantan. Quién da más. Se dirigen a un electorado cansado y perdido entre la
desesperanza y el miedo, entre la incultura política y la apatía. Y si no, que
me expliquen cómo lleva el PSOE 35 años gobernando el País más rico haciéndolo
más pobre cada día. Que lo expliquen esos sabios de la pizarra, negra como sus
almas, para decirnos que hemos avanzado tanto que le hemos dado la vuelta al
mundo ya una vez y por eso hoy los andaluces estamos a su cola, para comprar
ese voto cautivo que se hereda de elecciones a elecciones, de padres a hijos,
porque saben que en los pueblos y en los campos se asusta a la gente con
quitarles el limosneo.
Llegan los listos de turno, con los flequillos atusados, con
el discurso mordido y el cerebro vendido. Esos funcionarios de la política que
no saben hacer otra cosa, que sobreviven de ella, dispuestos siempre a asentir
al señorito que un día, desde Madrid, tuvo el honor de señalarles con el dedo
todopoderoso.
Malditos todos los que habéis infringido sufrimiento a esta
tierra. Malditos todos los que habéis hecho que los andaluces vuelvan a emigrar
y a padecer. Malditos todos los que venís a llenaros los bolsillos de votos a
cambio de baratijas y falsas promesas. Malditos todos los que, desde arriba,
nos miráis con la superioridad del que se cree elegido. Algún día seremos los
andaluces los que os echaremos de aquí con el mismo desprecio con el que nos
habéis tratado. Algún día seremos los andaluces los que tomemos las riendas de
nuestro destino y, entonces, la historia llevará nuestro hermoso acento y
volveremos a ser lo que fuimos.
No creáis que siempre será así para vosotros, mediocres
pordioseros del sufragio. Algún día será la hora de pedir cuentas y, entonces, seréis vosotros los que os iréis
lejos y nosotros nunca os echaremos de menos.

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