jueves, 19 de marzo de 2015

Mercaderes de votos


 
Mercaderes de votos, correveidiles, palmeros y manijeros asalariados de los madriles, vienen a nuestra tierra, algunos hasta con acento andaluz, para pedir votos o exigirlos como lo hace el partido del régimen a sus clientes.  Vienen a pasearse por nuestras ciudades y nuestros pueblos con ese señorío superior del que se crece ante un Pueblo domado por la necesidad y aculturizado a propósito por los padres e hijos de la casta política de siempre.

Aquí llegan a salvo, seguros, como el que viene a pasar unas vacaciones, sin pretensiones de quedarse. Para qué. Vienen para corear su cantinela archisabida de tanto repetirla, de tanto mentirla, de tanto traicionarla.

Se sienten los administradores de la miseria, los que han de enseñarnos, a los pobres y torpes colonos de aquí, lo que es pescar, subsistir, a pronunciar bien para que, cuando hablemos, se nos entienda.

Vienen los salvadores del mundo a hacer sus prácticas de políticos redentores, a pasearse por los platós con cara ensayada y gestos estudiados y palabras medidas, a alargar sus mentiras hasta lo increíble. No se achantan. Quién da más. Se dirigen a un electorado cansado y perdido entre la desesperanza y el miedo, entre la incultura política y la apatía. Y si no, que me expliquen cómo lleva el PSOE 35 años gobernando el País más rico haciéndolo más pobre cada día. Que lo expliquen esos sabios de la pizarra, negra como sus almas, para decirnos que hemos avanzado tanto que le hemos dado la vuelta al mundo ya una vez y por eso hoy los andaluces estamos a su cola, para comprar ese voto cautivo que se hereda de elecciones a elecciones, de padres a hijos, porque saben que en los pueblos y en los campos se asusta a la gente con quitarles el limosneo.

Llegan los listos de turno, con los flequillos atusados, con el discurso mordido y el cerebro vendido. Esos funcionarios de la política que no saben hacer otra cosa, que sobreviven de ella, dispuestos siempre a asentir al señorito que un día, desde Madrid, tuvo el honor de señalarles con el dedo todopoderoso.

Malditos todos los que habéis infringido sufrimiento a esta tierra. Malditos todos los que habéis hecho que los andaluces vuelvan a emigrar y a padecer. Malditos todos los que venís a llenaros los bolsillos de votos a cambio de baratijas y falsas promesas. Malditos todos los que, desde arriba, nos miráis con la superioridad del que se cree elegido. Algún día seremos los andaluces los que os echaremos de aquí con el mismo desprecio con el que nos habéis tratado. Algún día seremos los andaluces los que tomemos las riendas de nuestro destino y, entonces, la historia llevará nuestro hermoso acento y volveremos a ser lo que fuimos.

No creáis que siempre será así para vosotros, mediocres pordioseros del sufragio. Algún día será la hora de pedir cuentas  y, entonces, seréis vosotros los que os iréis lejos y nosotros nunca os echaremos de menos.

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